Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos. (Jn 21:9-14)
El Almuerzo a la Orilla es mi favorita de todas las historias de las Apariencias del Resucitado. Es un capítulo extra añadido al Cuarto Evangelio. Y la historia es eucarística . . . recordando la historia de los panes y los pescados del evangelio. Y que ternura invitación: “Vengan a almorzar”. Todas las Misa tempranas en la iglesia, y fue el Señor Resucitado que nos invitó: “Vengan a almorzar”.
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Jesús les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto”. (Lc 24:46-48)
Somos testigos de todo lo que Jesús hizo para salvarnos. Somos testigos de todas las cosas que han pasado en este pandemia. Y todavía tenemos un mensaje de esperanza y de salvación para proclamar en su Nombre a todas las naciones.
¡Cristo ha resucitado! ¡¡De veras resucitó el Señor!! ¡¡¡Aleluya, aleluya!!!
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Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!” Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. (Lc 24:28-35)
Todavía lo reconocemos “al partir el pan”. Es el Señor Resucitado quien nos habla las palabras de vida eterna mientras anda con nosotros en el camino.
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Los dos ángeles le preguntaron a María Magdalena: “¿Por qué estás llorando, mujer?” Ella les contestó: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto”. Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo: “Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?” Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió: “Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto”. Jesús le dijo: “¡María!” Ella se volvió y exclamó: “¡Rabuní!”, que en hebreo significa ‘maestro’. (Jn 20:13-16)
La iglesia primitiva llamaba a María Magdalena, “la Apóstola a los Apóstoles” o “Igual a los Apóstoles”. Ella era la primera persona que vio al Señor Resucitado, la primera persona que recibió la misión apostólica: Ir y Decir. Fue María Magdalena quien fue al sepulcro el primer día de la semana cuando fue muy oscuro. Y gracias a ella, las Buenas Noticias de la Pascua fueron proclamadas: Ir y Decir.
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Después de escuchar las palabras del ángel, las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: “No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán”. (Mt 28:8-10)
El Octavo de la Pascua nos invita a celebrar cada día de esta semana como la Pascua misma. Vemos al Señor Resucitado por medio de las historias de las apariencias del Resucitado a los primeros discípulos como si fuéramos pasando por las horas del primer Domingo de Pascua. Y a estas historias agregamos nuestras propias, porque hemos visto al Señor Resucitado quien nos prometió: “Estaré con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28:20).