Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.

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En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre, que decía: “Éste es mi Hijo amado; escúchenlo” (Mt 17:5).
En la gloria de la Resurrección, Jesús es transfigurado y nosotros también. Lo vemos en nueva luz, y echamos un vistazo a la gloria que nos espera en la Pascua que no acaba.

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Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian. (Mt 5:44)
El Señor nos conoce bien . . . amar a nuestros enemigos. Y ¿cómo? El nos da ejemplo. En la Cruz Jesús dice: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23:34).

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Deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda. (Mt 5:24)
Muchas veces cuando se habla de la reconciliación, pensamos en el Sacramento de la Reconciliación, o la Confesión. Pero el Señor quiere más nuestra reconciliación los unos con los otros. Y esa reconciliación es más fuerte y más difícil.

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La reina Ester, ante el peligro mortal, suplicó al Señor: “Ayúdame ahora a mí, porque no tengo a nadie más que a ti, Señor y Dios mío”. (Est C 14)
Cuando nos encontremos con el agua al cuello, y no hay rescate, la oración en momento de desesperación puede ser efectiva. Como mi abuela solía decir: “A veces Dios necesita recordatorio.”