Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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Jesús dijo a sus discípulos: “Yo salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre’’.
(Jn 16:23-28)
En la mayor parte del mundo católico, estaremos celebrando el Domingo de la Ascensión mañana, lo que tiene perfecto sentido con este pasaje del Cuarto Evangelio (según Juan). En el cuarto evangelio, el levantamiento de Jesús en la cruz es su pasión, muerte, resurrección, ascensión, su glorificación y exaltación, todo en uno.
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Pablo salió de Atenas y se fue a Corinto . . . y entró en la casa de Tito Justo, que adoraba a Dios, y cuya casa estaba al lado de la sinagoga.
Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor, junto con toda su familia. Asimismo, al oír a Pablo, muchos de los corintios creyeron y recibieron el bautismo.
(Hechos 18:1-8).
La antigua Corinto debe haber sido una maravillosa oportunidad para San Pablo. Supuestamente se quedó allí durante un año y medio. La comunidad cristiana se reunía en los hogares, mientras que el culto estatal disfrutaba del Templo de Apolo.
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Entonces se presentó en el Areópago y dijo:
“Atenienses: Por lo que veo, ustedes son en extremo religiosos. Al recorrer la ciudad y contemplar sus monumentos, encontré un altar con esta inscripción: ‘Al Dios desconocido’. Pues bien, yo vengo a anunciarles a ese Dios que ustedes veneran sin conocerlo.
(Hechos 17:15,22-18:1)
Estar en el Areópago en Atenas es pisar las huellas de San Pablo.
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Después el carcelero los sacó de allí y les preguntó: “¿Qué debo hacer para salvarme?” Ellos le contestaron: “Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y tu familia”. Y les explicaron la palabra del Señor a él y a todos los de su casa.
El carcelero se los llevó aparte, y en aquella misma hora de la noche les lavó las heridas y enseguida se bautizó él con todos los suyos.
(Hechos 16:22-34)
La historia de Pablo y Silas en la prisión tiene este fascinante detalle: después de que el carcelero les lavó las heridas, él y toda su familia fueron bautizados de inmediato. ¡Todos se lavan y disfrutan de una comida celebrando nueva fe en Dios!
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Entre las que nos escuchaban, había una mujer, llamada Lidia, de la ciudad de Tiatira, comerciante en púrpura, que adoraba al verdadero Dios. El Señor le tocó el corazón para que aceptara el mensaje de Pablo. Después de recibir el bautismo junto con toda su familia, nos hizo esta súplica: “Si están convencidos de que mi fe en el Señor es sincera, vengan a hospedarse en mi casa”. Y así, nos obligó a aceptar.
(Hechos 16:11-15)
Dios nos une en el camino de la fe y coloca a las personas en nuestras vidas en el momento justo. Lo que puede parecer pura casualidad, en una reflexión más profunda revela una mano guiadora en acción. Hoy es la fiesta de San Damián de Molokai, el sacerdote leproso que trajo nuevas esperanzas a las personas desesperadas.