Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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Cuando Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras él enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla.
Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”.
(Mc 2:1-12)
Cuando era niño, amaba este pasaje. Recuerdo nuestra lección de la catequesis con la imagen de los cuatro hombres en el techo rasgado bajando a su amigo en la camilla y Jesús mirando hacia arriba y viendo su fe.
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En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
(Mc 1:40-45)
El difunto congresista John Lewis siempre hablaba de "buenos problemas”, con lo que quería decir que el cambio a veces requiere un pequeño problema. El Papa Francisco tiene una frase similar cuando dice, "Hagan lío", que es una buena forma argentina de decir, "¡Sacude las cosas!" Jesús siempre estaba causando "buenos problemas". Jesús siempre estaba "sacudiendo las cosas", especialmente cuando se trataba de los leprosos y todos aquellos que la buena gente de la iglesia evitaría como una plaga. De hecho, cuando Jesús tiene encuentros con los leprosos, generalmente está solo. Supongo que ya fue bastante malo para los discípulos cuando Jesús se sentó con las prostitutas y los publicanos, pero cuando aparecieron los leprosos, los discípulos desaparecieron.
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En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre, y enseguida le avisaron a Jesús. Él se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó. En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles.
(Mc 1:29-39)
Es muy interesante que la suegra de San Pedro, después de ser curada, ella “se puso a servirles”. El término griego es el término formal para el ministerio del que obtenemos la palabra diakonos (diácono—siervo). Ella no iba diciendo: "¡Mírame, he sido curada!” Ella les sirvió, fue una “diácono” para ellos. Me acuerdo de mi amiga la Diácona Joan Marshall (1929-2004), de la Catedral Episcopaliana de Todas las Almas en Asheville, NC. La Diácona Joan recibió a los que nadie quería recibir. Ella fue una inspiración para mí y para los ministros. La recuerdo con alegría.
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R. Aleluya, aleluya.
Reciban la palabra de Dios, no como palabra humana,
sino como palabra divina, tal como es en realidad.
R. Aleluya.
(1 Tes 2:13)
Ayer, el Papa Francisco publicó un motu propio (Spiritus Domini) que dijo que los ministerios del Lector y del Acólito están en adelante también abiertos a las mujeres. Tal vez, esto se parezca un poquito extraño porque casi todos nosotros estamos acostumbrados de ver mujeres dando las lecturas y sirviendo en la Misa. Como el Padre Antonio Ruff, OSB, notó en su blog litúrgico PrayTell (https://www.praytellblog.com/), “Esto es grande” (“This is big”).
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En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo.
(Heb 1:1-6)
Jesús les dijo: “Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres”.
(Mc 1:14-20)
La revelación cristiana declara notablemente que Dios nos ha hablado a los seres humanos. . . haciéndose uno con nosotros en el Hijo. Por eso, nuestro encuentro con Dios a través de las Escrituras nos invita a escuchar esa Palabra dirigida a nosotros. Entonces, cuando Jesús llama a sus discípulos, “Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres”, ellos dejan todo y lo siguen.