Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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Hermanas y hermanos: Cuando ustedes se acercaron a Dios, no encontraron ni fuego ardiente, ni oscuridad, ni tinieblas.
Ustedes, en cambio, se han acercado a Sión, el monte y la ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, a la reunión festiva de miles y miles de ángeles, a la asamblea de los primogénitos, cuyos nombres están escritos en el cielo.
(Heb 12:18-19,21-24)
Nuestra fe no es de “temor y temblor” sino de libertad, amor y alegría. Pero, por supuesto, asustar a la gente es algo común en la religión de “sorpresa y conmoción”. Quizás nuestra fe nos llama a confiar radicalmente en el amor incondicional de Dios por nosotros.
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“¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas?” Y estaban desconcertados.
(Mc 6:1-6)
La cuestión de la familia de Jesús plantea muchas dudas para los cristianos de hoy. . . ¿De dónde vienen todos estos hermanos y hermanas? Es un verdadero enigma para los sacerdotes y los catequistas. Bueno, la familia de Jesús también planteó muchas dudas a la iglesia primitiva, pero por una razón diferente. Para la iglesia primitiva, la cuestión era quién llegaba a pertenecer a la familia de Jesús: ¿pueden pertenecer los gentiles? Obviamente, para el escritor del evangelio que llamamos Marcos, la familia de origen de Jesús era bien conocida por la gente del pueblo y no estaban impresionados ("¿Quién se cree que es?"}. Quizás para nosotros, con un mundo y una iglesia tan divididos, es posible que debamos centrarnos un poco más en el carpintero, el hijo de María, que elige convertirnos en sus hermanos y hermanas.
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R. Aleluya, aleluya.
Tú eres, Señor, la luz que alumbra a las naciones
y la gloria de tu pueblo, Israel.
R. Aleluya.
(Lc 2:32)
Esta hermosa fiesta de la luz con la procesión de velas nos recuerda que hace tan solo 40 días celebramos la Natividad del Señor. El “encuentro sagrado”, como se le llama, celebra la llegada del Señor al encuentro de su pueblo. Los ancianos Simeón y Ana tienen sus esperanzas cumplidas: ver al Ungido del Señor.
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Hermanas y hermanos:
Rodeados, como estamos, por la multitud de antepasados nuestros, que dieron prueba de su fe, dejemos todo lo que nos estorba; librémonos del pecado que nos ata, para correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante, fija la mirada en Jesús, autor y consumador de nuestra fe. El, en vista del gozo que se le proponía, aceptó la cruz, sin temer su ignominia, y por eso está sentado a la derecha del trono de Dios. Mediten, pues, en el ejemplo de aquel que quiso sufrir tanta oposición de parte de los pecadores, y no se cansen ni pierdan el ánimo. Porque todavía no han llegado ustedes a derramar su sangre en la lucha contra el pecado.
(Heb 11, 32-40, 12:1-4)
La fiesta de mañana interrumpirá la conclusión de este gran pasaje sobre los santos que nos han precedido. Así que los celebrantes sabios se asegurarán de que el lector incluya el final de las lecturas del martes. Esta “gran nube de testigos” que nos impulsa a cruzar la meta. Es una imagen que nos recuerda de los Juegos Olímpicos y la carrera del maratón. Los testigos (los santos) han terminado su carrera y han tomado asiento en el estadio. ¡Y cuando entramos al estadio después de nuestra caminata a campo traviesa, estallan en vítores para que completemos el recorrido!
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“¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta? Este hombre tiene autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos y lo obedecen”. Y muy pronto se extendió su fama por toda Galilea.
(Mc 1:21-28)
Jesús enseñó con autoridad. Por supuesto, somos humanos débiles y ansiamos ese tipo de autoridad para nosotros mismos. Queremos que nuestra palabra sea ley. A veces olvidamos que la autoridad de Jesús proviene del amor y del servicio. En el jardín, Jesús oraba: "¡No se haga mi voluntad, sino la tuya!" (Lc 22:42)