Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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Y comerán así: Con la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano y a toda prisa, porque es la Pascua, es decir, el paso del Señor.
Yo pasaré esa noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados. Castigaré a todos los dioses de Egipto, yo, el Señor. La sangre les servirá de señal en las casas donde habitan ustedes. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo y no habrá entre ustedes plaga ex-terminadora, cuando hiera yo la tierra de Egipto. Ese día será para ustedes un memorial y lo celebrarán como fiesta en honor del Señor. De generación en generación celebrarán esta festividad, como institución perpetua’ ” (Exodo 11:10-12:14).
La historia de la Pascua es la historia de la liberación del pueblo de Israel. San Pablo vincula la imagen del Cordero pascual a la Eucaristía para decir: “Cristo, nuestra Pascua, ha sido sacrificado, celebremos la fiesta con los panes sin levadura de la sinceridad y la verdad” (1 Co 5, 7-8).
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Jesús dijo: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera”. (Mt 11:28-30)
Uno de los pasajes más hermosos del evangelio, con la imagen del corazón de Cristo.
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Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro, Jetró, sacerdote de Madián. En cierta ocasión llevó el rebaño más allá del desierto, hasta el Horeb, el monte de Dios, y el Señor se le apareció en una llama que salía de un zarzal. “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”.
Entonces Moisés se tapó la cara, porque tuvo miedo de mirar a Dios. Pero el Señor le dijo: “El clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí y he visto cómo los oprimen los egipcios. Ahora, ve a ver al faraón, porque yo te envío para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel”. (Exod0 3:1-6,9-12)
Desde cuidar el rebaño hasta pastorear a los hijos de Israel, esa es la historia de Moisés, ¡y qué historia! Nuestro Dios que escucha el clamor de los pobres y los rescata.
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Bajó la hija del faraón a bañarse en el río, y mientras sus doncellas se paseaban por la orilla, vio la canastilla entre los juncos y envió a una criada para que se la trajera. La abrió y encontró en ella un niño que lloraba. Se compadeció de él y exclamó: “Es un niño hebreo”. El niño creció y (la madre) se lo llevó entonces a la hija del faraón, que lo adoptó como hijo y lo llamó Moisés, que significa: “De las aguas lo he sacado”. (Exodo 2:1-15)
La historia de Moisés en la espadaña es el comienzo de la gran historia de salvación y liberación. Y como todas esas historias, el comienzo puede ser muy simple pero universal, una madre que intenta proteger a su hijo, que trata de darle a su hijo un mañana mejor.
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El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo. (Mt 10:34-11:1)
Uno de mis directores espirituales favoritos fue el padre Joe McCloskey, S.J. (1932-2016). Él siempre enseñó el atajo a la santidad: al reconocer los dones de los demás, ¡podemos reclamar su recompensa! En un mundo en el que necesitamos todos los atajos que podamos conseguir, ¡no es una mala forma de vivir!