Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola.
(Lc 15:1-3,11-32)
El capítulo quince del evangelio de San Lucas es una maravilla. Está enmarcado por comer y beber con los pecadores. Pero lo que sigue son tres parábolas, la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido (o el hijo pródigo). En la lectura de hoy se nos trata al Hijo Perdido. La negativa del hijo mayor a unirse al banquete que celebra el regreso del hijo menor se relaciona con comer y beber con los pecadores. ¿Quiénes son aquellos en nuestra iglesia, en nuestra comunidad, en nuestro mundo, que no queremos tener en la mesa? ¿Por qué tantos en nuestro mundo no tienen lugar en la mesa de la familia humana? ¿Por qué tantos no se sienten bienvenidos?
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Entonces Jesús les dijo: “¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable?
(Mt 21:33-43,45-46)
Este pasaje del Salmo 118 (Sal 118: 22-23) es tan importante para la predicación y la enseñanza de la Iglesia Primitiva acerca de la Crucifixión y la Resurrección que también se cita en otros dos pasajes del Nuevo Testamento, Hechos 4:11 y 1ª Carta de Pedro 2:7. Este pasaje es una parte esencial de la liturgia del domingo de Pascua.
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“Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas."
(Lc 16:19-31)
En el primer siglo, los perros eran mascotas con seguridad. . . pero los perros de la calle eran carroñeros. En la parábola, Jesús dice que el rico muere y es sepultado. El pobre muere. . . y ¿qué pasa? ¡Los perros lo comen! Qué historia . . . para todos nosotros.
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“El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos”. (Mt 20:17-28)
Fue el 3 de marzo, hace exactamente 1700 años hoy cuando el emperador Constantino decretó que el “venerable día del sol”, el dies solis, debía ser un día libre, es decir, un día festivo sin labores). Los cristianos, por supuesto, habían marcado el domingo mucho antes del año 321 d.C., como el día de la resurrección de Cristo. Sin embargo, lo habían marcado así mientras el día era un día laborable. Constantino cambió eso, y el domingo ahora se reconoció no solo como un día santo específicamente cristiano, sino también como un día de descanso público.
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Que el mayor de entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
(Mt 23:1-12)
La verdadera grandeza siempre se define por el servicio, pero especialmente dentro de la comunidad cristiana. Pero, ¿por qué damos por sentado a quienes nos sirven?