Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo; yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos. Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”. (Mt 5:43-48)
“Han oído ustedes que se dijo . . . yo, en cambio, les digo” es material clásico de Jesús. La pregunta nos llega, ¿amamos a nuestros enemigos? Como discípulos de Jesús, hemos pasado dos mil años encontrando todas las excusas posibles para NO cumplir con este mandato de Jesús—desde innumerables guerras hasta las guerras culturales actuales. Quizás ahora sea el momento de escuchar al Señor.
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Somos los “impostores” que dicen la verdad; los “desconocidos” de sobra conocidos; los “moribundos” que están bien vivos; los “condenados” nunca ajusticiados; los “afligidos” siempre alegres; los “pobres” que a muchos enriquecen; los “necesitados” que todo lo poseen.
(2 Cor 6:1-10)
Los problemas de ser apóstol, pero todavía San Pablo dice: “Ahora es el tiempo favorable; ahora, es el día de la salvación.”
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Caminamos en fe, y no en visión.
(2 Cor 5:6-10)
Caminar por fe y no por vista es ser católico. Celebramos los sacramentos. . . y la sacramentalidad de la vida misma. . . y experimentamos la gracia de Dios.
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El amor de Cristo nos impulsa, al pensar que si uno murió por todos, todos murieron. Cristo murió por todos para que los que viven ya no vivan para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
(2 Cor 5:15-21)
A la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús le sigue la fiesta del Inmaculado Corazón de María. Como nos recuerda San Pablo, "el amor de Cristo nos impulsa". María siempre nos lleva a seguir el amor de su Hijo que se entregó a si mismo por nuestra salvación.
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Que Cristo habite por la fe en sus corazones. Así, arraigados y cimentados en el amor, podrán comprender con todo el pueblo de Dios, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo, y experimentar ese amor que sobrepasa todo conocimiento humano, para que así queden ustedes colmados con la plenitud misma de Dios.
(Eph 3:8-12, 14-19)
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús nos invita al misterio de la Encarnación: que nuestro Dios tiene un corazón humano.