Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús. El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías" (que quiere decir 'el Ungido'). Lo llevó a donde estaba Jesús y éste, fijando en él la mirada, le dijo: "Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás" (que significa Pedro, es decir 'roca'). (Jn 1:35-42)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/011424.cfm
Aunque el Cuarto Evangelio no menciona nada sobre las Llaves del Reino de los Cielos, y las tres negaciones finales de Pedro a Jesús se destacan realmente en el Relato de la Pasión, Pedro sigue desempeñando un papel significativo en el Evangelio junto con la figura del Discípulo Amado. Pero nada de eso habría sucedido si Andrés no le hubiera hablado a su hermano del Señor.
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Mientras Jesús estaba a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron a la mesa junto con Jesús y sus discípulos, porque eran muchos los que lo seguían. Entonces unos escribas de la secta de los fariseos, viéndolo comer con los pecadores y publicanos, preguntaron a sus discípulos: “¿Por qué su maestro come y bebe en compañía de publicanos y pecadores?” Habiendo oído esto, Jesús les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores”. (Mc 2:13-17)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/011324.cfm
El comer y beber con los pecadores es probablemente uno de los recuerdos más antiguos del ministerio de mesa de Jesús y un recuerdo fundacional de la propia Eucaristía. Los sábados se dedican tradicionalmente a la Virgen María.
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Mientras él enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla. Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”. (Mc 2:1-12)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/011224.cfm
¡Qué importantes son nuestros amigos! A veces son nuestros amigos los que nos llevan al Señor. Qué importante es que recemos unos por otros, a veces es la fe de nuestros amigos la que nos hace salir adelante.
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En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio. (Mc 1:40-45)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/011124.cfm
La curación del leproso ocurre en el primer capítulo del evangelio que la tradición de la iglesia llama "Según Marcos". (El evangelio mismo no nos dice la identidad del escritor.) Lo notable de la curación es que Jesús toca al leproso y luego le dice a la persona que “no se lo cuentes a nadie”. En cambio, la persona lo divulga por todas partes, por lo que Jesús ya no puede "entrar abiertamente en la ciudad", sino que, como un leproso, se quedaba fuera en lugares solitarios. Sin embargo, la gente sigue “acudiendo a él de todas partes".
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Entonces comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al joven y dijo a Samuel: “Ve a acostarte, y si te llama alguien, responde: ‘Habla, Señor; tu siervo te escucha’ ”. Y Samuel se fue a acostar. De nuevo el Señor se presentó y lo llamó como antes: “Samuel, Samuel”. Éste respondió: “Habla, Señor; tu siervo te escucha”. (1 Sam 3:1-10, 19-20)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/011024.cfm
La sabiduría del anciano sacerdote Elí ayudó al joven Samuel a escuchar la voz del Señor. Me encantan las historias de la Biblia, me han acompañado toda la vida. Recuerdo cuando mi catequista de la Iglesia Bautista, la Sra. Strong, nos contó por primera vez la historia del joven Samuel durmiendo en el Templo. Yo no tendría más de cinco años. Todavía conservo la pequeña cruz que la Sra. Strong tejió a ganchillo y me regaló hace casi 70 años.