Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.

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En aquel tiempo, Jesús llegó a su tierra y se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal forma, que todos estaban asombrados y se preguntaban: “¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿Acaso no es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre y no son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Qué no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas cosas?” Y se negaban a creer en él. Entonces, Jesús les dijo: “Un profeta no es despreciado más que en su patria y en su casa”. Y no hizo muchos milagros allí por la incredulidad de ellos. (Mt 13:54-58)
Los hermanos y las hermanas de Jesús—para algunos es un punto de consternación, mas bien no para el evangelio. Además es un insulto común—están atacando a la familia de Jesús por nombre. San Ignacio también recibía insultos y la burla de la gente. Solía sentarse en la Basílica de Santa María del Mar en Barcelona y pedir limosnas. Pero el escalón donde se sentaba ya es una capilla en su honor.

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Esto es lo que el Señor me dijo: “Jeremías, ve a la casa del alfarero y ahí te haré oír mis palabras”. Fui, pues, a la casa del alfarero y lo hallé trabajando en su torno. Cuando se le estropeaba la vasija que estaba modelando, volvía a hacer otra con el mismo barro, como mejor le parecía. Entonces el Señor me dijo: “¿Acaso no puedo hacer yo con ustedes, casa de Israel, lo mismo que hace este alfarero? Como está el barro en las manos del alfarero, así ustedes, casa de Israel, están en mis manos”. (Jer 18:1-6)
Una figura llamativa del Profeta Jeremías—el torno de alfarero. Somos barro en la manos de Dios—tal vez no haya terminado con nosotros, aún no.

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En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a Ma¬ría para consolarlas por la muerte de su hermano Lázaro. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. (Jn 11:19-27)
Las dos hermanas, Martha y María, son muy importantes amigas del Señor. Martha es la primera en creer que Jesús es la Resurrección y la Vida. Marta contesta por todos nosotros: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.

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Si salgo al campo, encuentro gente muerta por la espada; si entro en la ciudad, hallo gente que se muere de hambre. Hasta los profetas y los sacerdotes andan errantes por el país y no saben qué hacer. ¿Acaso has rechazado, Señor, a Judá? ¿O te has cansado ya de Sión? ¿Por qué nos has herido tan gravemente, que ya no tenemos remedio? Esperábamos tranquilidad y sólo hay perturbación; esperábamos la curación y sólo encontramos miedo. (Jer 14:18-19)
El Profeta Jeremías es uno de los grandes de las Escrituras. Los sufrimientos del profeta provocan una poesía poderosa. Me acuerdo de un librito del profeta del ministerio juvenil llamado “¿Estás Bromeando, Jeremías?” Jeremías no estaba bromeando. El profeta dio todo por el honor y la gloria de Dios. La lectura de hoy concluye:
Tú solo, Señor y Dios nuestro, haces todas estas cosas, por eso en ti tenemos puesta nuestra esperanza. (Jer 14:22)

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El Señor me dijo: “Ve a comprar un cinturón de lino y póntelo en la cintura, pero no lo metas en el agua”. Compré el cinturón y me lo puse en la cintura, según la orden del Señor. Entonces el Señor me habló por segunda vez y me dijo: “Toma el cinturón que compraste y que llevas puesto en la cintura, levántate y vete al río Eufrates y escóndelo ahí, en el agujero de una roca”. Fui y lo escondí en el Eufrates, como me había ordenado el Señor. Al cabo de mucho tiempo, me dijo el Señor: “Levántate, vete al Eufrates y recoge el cinturón que te mandé que escondieras ahí”. Fui al Eufrates, escarbé y recogí el cinturón del sitio donde lo había escondido; pero el cinturón se había podrido: no servía para nada. (Jer 13:1-7)
Un “cinturón de lino” suena muy elegante . . . pero en realidad el profeta tiene que comprar un taparrabos. A veces la Biblia es muy franca y brusca. Las acciones proféticas parecen exageradas, pero no lo son. Dios está hablando en serio. La relación que Dios tiene con Israel es muy íntima . . . como un taparrabos . . . pero el pueblo no escuchaba y por eso no servía para nada . . . como un taparrabos podrido.
La foto es de Faith II por Anton Smit, escultor de Sudáfrica.