Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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“Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.
“Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron.” (Lc 16:19-22)
No puedo olvidar de la clase del seminario cuando nuestro profesor del Nuevo Testamento nos dijo: "En el mundo antiguo, solo los ricos tenían tumbas”. Y nosotros le preguntamos, ¿Pues, qué pasó con Lázaro? Y el profesor nos dijo: “Los perros lo comían, porque ya tenían una prueba por lamerle las llagas”. ¡Gracias al evangelista por dejar escribir unos detalles!
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“No saben ustedes lo que piden. ¿Podrán beber el cáliz que yo he de beber?” Ellos contestaron: “Sí podemos”. Y él les dijo: “Beberán mi cáliz; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; es para quien mi Padre lo tiene reservado”. (Mt 20:22-23)
Cuando el Señor dice a los dos discípulos ambiciosos, "Beberán mi cáliz", no está hablando de una copa de oro en el altar. Como dice San Juan Crisóstomo: Dios no quiere copas de oro en el altar, sino corazones de oro en nosotros.
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"Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra". (Mt 23:3)
En el rito de ordenación de diáconos, el obispo entrega el Libro de los Evangelios al ordenado y dice: "Recibe el Evangelio de Cristo. Cree lo que lees, enseña lo que crees, y vive lo que enseñas." Un buen recordatorio para todos.
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En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre, que decía: “Éste es mi Hijo amado; escúchenlo” (Mt 17:5).
En la gloria de la Resurrección, Jesús es transfigurado y nosotros también. Lo vemos en nueva luz, y echamos un vistazo a la gloria que nos espera en la Pascua que no acaba.