Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.

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El Señor descendió en una nube y se le hizo presente. Moisés pronunció entonces el nombre del Señor, y el Señor, pasando delante de él, proclamó: “Yo soy el Señor, el Señor Dios, compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel”. (Ex 34:5-6)
Me da gusto ver los pasajes de las Escrituras escogidos por los hacedores del leccionario para las fiestas principales. El pasaje del Libro de Éxodo cuenta la historia de la segunda entrega de la LEY. Pero lo interesante no es la LEY misma, más bien la auto-revelación de Dios: “Yo soy el Señor, el Señor Dios, compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel”. Y, por fin, San Pablo nos da una bendición de manera trinitaria:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes. (2 Cor 13:13)
Algunos piensan que el Sanctus triple (Santo, Santo, Santo) está hablando de la Santísima Trinidad, pero no es así. El hebreo de la Biblia no tenía el superlativo. Por eso, para expresar “santísimo” fue necesario repetir “santo” tres veces. Y entonces en la visión de Isaías, los serafines alaban a Dios cantando:
«Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria» (Is 6:3)

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Para mí ha llegado la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida. He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día, y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento. (2 Tim 4:6-8)
¡Qué pasaje de las Escrituras tan lindo! Las palabras salen con la vida de San Pablo, una vida gastada en el servicio del evangelio, una vida llena de dificultades y privaciones, pero una vida, vivida al máximo. Ojalá que todos al final de la vida podamos decir: “He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe”. Ahora el viejo apóstol está esperando “la corona merecida”. Me gusta el libro Crowns: Portraits of Black Women in Church Hats (Coronas: Sombreros de Mujeres Afro-americanas) por Michael Cunningham y Craig Marberry. El libro de fotos de mujeres afro-americanas con sus sombreros para asistir la Misa. ¿Por qué tenemos que esperar la corona? Podemos llevar una corona ahora como prenda de la corona futura.

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Tú, en cambio, permanece firme en lo que has aprendido y se te ha confiado, pues bien sabes de quiénes lo aprendiste y desde tu infancia estás familiarizado con la Sagrada Escritura, la cual puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. (2 Tim 3:14-15)
La Segunda Carta a Timoteo dice que Timoteo ha recibido la fe de su abuela y de su mamá. Como el viejo apóstol le recuerda:
Traigo a la memoria tu fe sincera, la cual animó primero a tu abuela Loida y a tu madre Eunice, y ahora te anima a ti. De eso estoy convencido. (2 Tim 1:4-5)
Me encanta este pasaje . . . eso me recuerda de las dos mujeres de fe en mi vida . . . mi mamá Norma y de mi abuela Minnie. Espero imitar el ejemplo que ellas me dieron.

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Querido hermano: Recuerda siempre que Jesucristo, descendiente de David, resucitó de entre los muertos, conforme al Evangelio que yo predico. Por este Evangelio sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada. (2 Tim 2:8-9)
Niños inmigrantes separados de sus papás y encerrados en jaulas han tocado el Sagrado Corazón de Jesús. Pero todavía sigue pasando. ¿Cuando vamos a hacer la conexión entre la Palabra de Dios no encadenada y las jaulas en que cerramos los unos a los otros? Como Jesús dice, no hay dos mandamientos distintos, amar a Dios y amar al prójimo, porque el segundo es igual al primero. O como dice la Primera Carta de San Juan:
El que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. (1 Jn 4:20)

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Por eso te recomiendo que reavives el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos. Porque el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de moderación. No te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor, ni te avergüences de mí, que estoy preso por su causa. Al contrario, comparte conmigo los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios. (2 Tim 1:6-7)
Las Cartas Pastorales, 1&2 Timoteo y Tito, están escritas en el nombre de San Pablo. Contienen muchos pasajes hermosos sobre el ministerio y la predicación del evangelio en tiempos difíciles: “Comparte conmigo los sufrimientos por la predicación del Evangelio”. San Carlos y sus compañeros recibieron el martirio a finales del siglo 19. Hoy en día cuando el racismo parece triunfante, podemos recibir aliento de las palabras puestas en la boca de San Pablo:
Por este motivo soporto esta prisión, pero no me da vergüenza, porque sé en quién he puesto mi confianza, y estoy seguro de que él con su poder cuidará, hasta el último día, lo que me ha encomendado. (2 Tim 1:12)