Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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En aquel tiempo, uno de los Doce,
llamado Judas Iscariote,
fue a ver a los sumos sacerdotes
y les dijo:
“¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?”
Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando
una oportunidad para entregárselo.
(Mt 26:14-16)
Tradicionalmente, Miércoles Santo es conocido como Miércoles del Espía o Miércoles de la Traición. Se nota que todos los evangelios dicen que fue uno de los Doce, uno de los líderes, que traicionó a Jesús. Por eso, no era común que la iglesia canonizara a sus líderes. En el pasado no hubo muchos papas canonizados. Pues, había una espera de 50 años antes de empezar el proceso. Hoy en día es diferente. Pero, todavía hay buenas razones por no gritar tan pronto, ¡Súbito Santo!
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En aquel tiempo, cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente y declaró: “Yo les aseguro que uno de ustedes me va a entregar”. Los discípulos se miraron perplejos unos a otros, porque no sabían de quién hablaba. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha. Simón Pedro le hizo una seña y le preguntó: “¿De quién lo dice?” Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?” Le contestó Jesús: “Aquel a quien yo le dé este trozo de pan, que voy a mojar”. Mojó el pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote; y tras el bocado, entró en él Satanás.
(Jn 13:21-26)
Recíbeme hoy, Hijo de Dios,
como participante en Tu Cena mística.
No revelaré tu misterio
a Tus adversarios.
No te daré el beso de Judas.
Al contrario, como el ladrón,
te confieso:
Acuérdate de mí, Señor,
cuando vengas a Tu reino.
—Liturgia de San Juan Crisóstomo
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Seis días antes de la Pascua,
fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro,
a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía
y Lázaro era uno de los que estaban con él
a la mesa.
María tomó entonces una libra de perfume
de nardo auténtico, muy costoso,
le ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó con su cabellera,
y la casa se llenó con la fragancia del perfume.
(Jn 12:1-3)
Me acuerdo de la dedicación del nuevo altar en la Capilla de Nuestra Señora de Fátima en Winston-Salem, NC. En aquella época la Capilla pertenecía a la Parroquia de San Benito el Moro. El obispo derramó todo el frasco de Oleo de Crisma en la superficie del altar y empezó a frotarlo con la mano hasta el borde. Todos quedaron estupefactos con la extravaganza del gesto mientras la Capilla se llenaba con la fragrancia del Crisma.
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Llevaron el burro, le echaron encima los mantos y Jesús montó en él. Muchos extendían su manto en el camino, y otros lo tapizaban con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante de Jesús y los que lo seguían, iban gritando vivas: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”
(Mc 11:1-10)
Conociéndonos mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos, conociendo todas las cosas horribles que nos hacemos unos a otros, todavía viene a entregarse por amor a nosotros.
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Voy a hacer con ellos una alianza eterna de paz. Los asentaré, los haré crecer y pondré mi santuario entre ellos para siempre. En medio de ellos estará mi templo: yo voy a ser su Dios y ellos van a ser mi pueblo.
(Ez 37:21-28)
La alianza eterna de paz que Dios promete se cumple en Jesús, quien “levanta su tienda entre nosotros”, quien “habita entre nosotros” (Juan 1:14). Al entrar en esta Semana Santa, invitemos a todos nuestros hermanos y hermanas a unirse a nosotros para ser el santuario donde Dios hace su morada. La foto de hoy es del monolito en el parque Vigeland en Oslo, Noruega.