Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.

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En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre’’. (Jn 16:28)
Los Cinquenta Días de la Pascua se acaban. Mientras tanto, queremos entender el sentido de estos tiempos difíciles. Buscamos al Señor Resucitado y agarramos a su promesa de no abandonarnos jamás, sino que nos dará al Espíritu del Amor en abundancia.

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En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que ustedes llorarán y se entristecerán, mientras el mundo se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría. Cuando una mujer va a dar a luz, se angustia, porque le ha llegado la hora; pero una vez que ha dado a luz, ya no se acuerda de su angustia, por la alegría de haber traído un hombre al mundo. Así también ahora ustedes están tristes, pero yo los volveré a ver, se alegrará su corazón y nadie podrá quitarles su alegría. (Jn 16:20-22)
Mi amigo, el Padre Larry Richardt, siempre decía que lo que está por venir debe ser espectacular . . . porque ¡el dolor de parto es horroroso! Con todo que está pasando ahora en el mundo, ¡ojalá que el Padre Larry tenga razón!

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En aquellos días, Pablo salió de Atenas y se fue a Corinto. Entró en la casa de Tito Justo, que adoraba a Dios, y cuya casa estaba al lado de la sinagoga. Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor, junto con toda su familia. Asimismo, al oír a Pablo, muchos de los corintios creyeron y recibieron el bautismo. (Hechos 18:1, 7-8)
Corinto fue una ciudad muy importante en el imperio romano. El Templo de Apolo era impresionante. Además había una sinagoga judía. Pero la pequeña comunidad cristiana fue más humilde. La comunidad se reunía en las casa de la gente.

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En aquellos días, los cristianos que ayudaron a Pablo a escapar de Berea, lo llevaron hasta la ciudad de Atenas. Pablo los envió de regreso con la orden de que Silas y Timoteo fueran a reunirse con él cuanto antes. Un día, mientras los esperaba en Atenas, Pablo sentía que la indignación se apoderaba de él, al contemplar la ciudad llena de ídolos. Entonces se presentó en el Areópago y dijo: “Atenienses: Por lo que veo, ustedes son en extremo religiosos. Al recorrer la ciudad y contemplar sus monumentos, encontré un altar con esta inscripción: ‘Al Dios desconocido’. Pues bien, yo vengo a anunciarles a ese Dios que ustedes veneran sin conocerlo. (Hechos 17:15-16, 22-23)
Parado en el Areópago de Atenas y mirando al Acrópolis, es muy fácil imaginar a San Pablo discutiendo con los Atenienses. San Pablo era muy valiente y sin miedo.

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A eso de la medianoche, Pablo y Silas estaban en oración, cantando himnos al Señor, y los otros presos los escuchaban. De pronto sobrevino un temblor tan violento, que se sacudieron los cimientos de la cárcel, las puertas se abrieron de golpe y a todos se les soltaron las cadenas. (Hechos 16:25-26)
Cuando visité a España, había iglesias con cadenas pegadas al exterior del templo. Las cadenas eran de prisioneros cristianos quienes fueron liberados durante la reconquista, o de los que habían redimidos de sus captores.