Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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Ella se fue con sus amigas y estuvo llorando su desgracia por los montes. Al cabo de los dos meses, volvió a la casa de su padre y él cumplió con ella la promesa que había hecho. (Jueces 11:29-39)
La trágica historia de Jefté y su hija es probablemente la historia más espantosa de las Escrituras. En este pasaje, el sacrificio humano permanece sin ninguna corrección . . . como, "¡NO HAGAS ESTO EN CASA!" Personalmente, me sería difícil ser el lector que tiene que proclamar al final de esta lectura: “Palabra de Dios”. En el Sur, simplemente llamaríamos a este pasaje “horrible” y no lo colocamos en la Biblia para niños.
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Aclamación antes del Evangelio (Heb 4:2)
R. Aleluya, aleluya.
La palabra de Dios es viva y eficaz
y descubre los pensamientos e intenciones del corazón.
R. Aleluya.
La palabra de Dios siempre se ha descrito como más cortante que una espada de dos filos. La Carta a los Efesios dice que la palabra de Dios es la única arma ofensiva que tenemos ("Pónganse toda la armadura de Dios" — Efesios 6: 11-18): “Y tomen el casco de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios ”. Desafortunadamente, con demasiada frecuencia se ha usado la palabra de Dios para lastimar a las personas y para justificar todos nuestros instintos más bajos desde la esclavitud humana hasta la pena de muerte. Quizás en lugar de ser utilizada por nosotros para oprimir a los demás, la palabra de Dios puede ayudarnos a conocer mejor nuestro propio corazón y llevarnos a nuestros hermanos y hermanas necesitados.
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Todo aquel que por mí haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o esposa o hijos, o propiedades, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Y muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros. (Mt 19:23-30)
A veces, las promesas del Señor se cumplen de formas que nunca podemos imaginar. El dejar atrás que debe hacer un discípulo a veces puede ser difícil. Estoy agradecido por todas las bendiciones que he recibido a través del ministerio. Todo vale la pena.
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Jesús le dijo: “Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes, dales el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme”. Al oír estas palabras, el joven se fue entristecido, porque era muy rico. (Mt 19:16-22)
Cuando suba el costo de ser discípulo, ¿¿afrontaremos el desafío? Los santos no tienen ningún problema. Cuando escuchan el evangelio, saben que está dirigido a ellos. Porque esa es la invitación que nos llega a cada uno de nostros: "Ven, sígueme".
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Se abrió el templo de Dios en el cielo y dentro de él se vio el arca de la alianza. Apareció entonces en el cielo una figura prodigiosa: una mujer envuelta por el sol, con la luna bajo sus pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza. Estaba encinta y a punto de dar a luz y gemía con los dolores del parto.
Entonces oí en el cielo una voz poderosa, que decía: “Ha sonado la hora de la victoria de nuestro Dios, de su dominio y de su reinado, y del poder de su Mesías”.
(Apóc 11:19a; 12:1-6a, 10ab)
La imagen de la mujer encinta, vestida del sol, la luna bajo sus pies y una corona de 12 estrellas, siempre ha capturado la imaginación de la iglesia. Nuestra respuesta a estos grandes signos es unirnos a María para cantar las alabanzas del Señor: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador. Santo es su nombre”.
