Se abrió el templo de Dios en el cielo y dentro de él se vio el arca de la alianza. Apareció entonces en el cielo una figura prodigiosa: una mujer envuelta por el sol, con la luna bajo sus pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza. Estaba encinta y a punto de dar a luz y gemía con los dolores del parto.
Entonces oí en el cielo una voz poderosa, que decía: “Ha sonado la hora de la victoria de nuestro Dios, de su dominio y de su reinado, y del poder de su Mesías”.
(Apóc 11:19a; 12:1-6a, 10ab)
La imagen de la mujer encinta, vestida del sol, la luna bajo sus pies y una corona de 12 estrellas, siempre ha capturado la imaginación de la iglesia. Nuestra respuesta a estos grandes signos es unirnos a María para cantar las alabanzas del Señor: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador. Santo es su nombre”.