Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.

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En aquel tiempo, mucha gente se había reunido alrededor de Jesús, y al ir pasando por los pueblos, otros más se le unían. Entonces les dijo esta parábola: "Salió un sembrador a sembrar”. (Lc 8:4-15)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/092323.cfm
Los pequeños detalles a menudo se pasan por alto, pero en el caso de la parábola del sembrador los pequeños detalles significan mucho. Parte de la clave de la evangelización es que no podemos evangelizar dentro de las cuatro paredes de la iglesia. Algunos de nosotros nos contentamos con broncearnos con vidrieras, pero tenemos que salir del edificio de la iglesia si queremos sembrar la palabra. Aunque, como el sembrador de la parábola, arrojemos la semilla en medio de la calle o entre la maleza. No es nuestra cuidadosa preparación de la tierra, sino más bien Dios quien trae la cosecha milagrosa. Quizás sea así de simple. . . "Un sembrador salió a sembrar." Padre Pío (1887-1968) siempre aconsejaba: “Reza, ten fe y no te preocupes.”

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En aquel tiempo, Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades. Entre ellas iban María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas, que los ayudaban con sus propios bienes. (Lc 8:1-3)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/092223.cfm
Como lo demuestran los evangelios, las primeras comunidades tenían pocos problemas con las discípulas (¡especialmente porque en el ministerio de Jesús las mujeres pagaban la cuenta!). Hoy es la fiesta de mi santo patrono, San Mauricio de Egipto (m. 287) y sus compañeros mártires.

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En aquel tiempo, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a su mesa de recaudador de impuestos, y le dijo: "Sígueme". Él se levantó y lo siguió. Después, cuando estaba a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores se sentaron también a comer con Jesús y sus discípulos. Viendo esto, los fariseos preguntaron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?" Jesús los oyó y les dijo: "No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos. Vayan, pues, y aprendan lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". (Mt 9:9-13)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/092123.cfm
¡Otra vez el Ministerio de la Mesa! Y qué importante es ese Ministerio de Mesa. No es un evento aislado, más bien es la característica definitoria de todo el ministerio de Jesús, especialmente el comer y beber con los pecadores. San Mateo nos recuerda que TODOS son bienvenidos a la Mesa.

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Y viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: 'Este hombre es un glotón y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores'. (Lc 7:31-35)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/092023.cfm
Esta es una de las acusaciones más antiguas contra Jesús formuladas por buenas personas religiosas que atacan el ministerio de la mesa del Señor. Por supuesto, hay gente de la iglesia que todavía ataca ese ministerio de mesa y quiere evitar que los “publicanos y pecadores” se acerquen demasiado. Quizás todos deberíamos recordar que no es NUESTRA mesa, no es NUESTRA invitación. Es la Mesa del Señor, y es el Señor quien invita. Celebramos hoy a los primeros mártires de Corea (1791-1888).

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Es cierto que aspirar al cargo de obispo es aspirar a una excelente función. Por lo mismo, es preciso que el obispo sea irreprochable, que no se haya casado más que una vez, que sea sensato, prudente, bien educado, digno, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al vino ni a la violencia, sino comprensivo, enemigo de pleitos y no ávido de dinero; que sepa gobernar bien su propia casa y educar dignamente a sus hijos. Porque, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios quien no sabe gobernar su propia casa? (1 Tim 3:1-13)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/091923.cfm
Los requisitos para obispos y diáconos suponen que estén casados y tengan familia. Ser capaz de administrar la propia casa lo prepara a uno para cuidar de la iglesia. Tal vez necesitemos recuperar esa idea clave. La foto de hoy es de mi ordenación como diácono en la iglesia de la Abadía de Saint Meinrad en 1977 con el Arzobispo George Biskup de Indianapolis.