Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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En aquellos días, mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó las regiones altas de Galacia y Frigia y bajó a Éfeso. Encontró allí a unos discípulos y les preguntó: “¿Han recibido el Espíritu Santo, cuando abrazaron la fe?” Ellos respondieron: “Ni siquiera hemos oído decir que exista el Espíritu Santo”.
(Hechos 19:1-8)
Aunque los creyentes no tengan idea de la obra del Espíritu Santo, ¡el Espíritu todavía está trabajando!
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Dicho esto, Jesús se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijamente al cielo, viéndolo alejarse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo?”
(Hechos 1:1-11)
Siempre es curioso que la gente quiera asumir que los hombres “vestidos de blanco” son siempre "ángeles". Pero el evangelio es muy claro. . . eran dos hombres “vestidos de blanco“. Tendría sentido si fueran los recién bautizados. Y, por supuesto, hacen la pregunta correcta: "¿Por qué están ahí parados mirando al cielo?" Hay trabajo por hacer: "ustedes serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra”. ¡Hagámoslo!
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Jesús dijo a sus discípulos: “Yo salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre’’.
(Jn 16:23-28)
En la mayor parte del mundo católico, estaremos celebrando el Domingo de la Ascensión mañana, lo que tiene perfecto sentido con este pasaje del Cuarto Evangelio (según Juan). En el cuarto evangelio, el levantamiento de Jesús en la cruz es su pasión, muerte, resurrección, ascensión, su glorificación y exaltación, todo en uno.
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Pablo salió de Atenas y se fue a Corinto . . . y entró en la casa de Tito Justo, que adoraba a Dios, y cuya casa estaba al lado de la sinagoga.
Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor, junto con toda su familia. Asimismo, al oír a Pablo, muchos de los corintios creyeron y recibieron el bautismo.
(Hechos 18:1-8).
La antigua Corinto debe haber sido una maravillosa oportunidad para San Pablo. Supuestamente se quedó allí durante un año y medio. La comunidad cristiana se reunía en los hogares, mientras que el culto estatal disfrutaba del Templo de Apolo.
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Entonces se presentó en el Areópago y dijo:
“Atenienses: Por lo que veo, ustedes son en extremo religiosos. Al recorrer la ciudad y contemplar sus monumentos, encontré un altar con esta inscripción: ‘Al Dios desconocido’. Pues bien, yo vengo a anunciarles a ese Dios que ustedes veneran sin conocerlo.
(Hechos 17:15,22-18:1)
Estar en el Areópago en Atenas es pisar las huellas de San Pablo.