Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.

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Esto dice el Señor: De improviso entrará en el santuario el Señor, a quien ustedes buscan, el mensajero de la alianza a quien ustedes desean. Miren: Ya va entrando, dice el Señor de los ejércitos. (Ml 3:1-4, 23-24)
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Nuestra espera está a punto de terminar. Mañana será un día de mucho trabajo en todas las parroquias, en todos los hogares, domingo Y la Nochebuena. ¡Que el Señor nos encuentre velando y esperando para recibirle con alegría! Oh Emmanuel, rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos: ven a salvarnos, Señor Dios nuestro.

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Dijo María: "Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre". (Lc 1:46-56)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/122223.cfm
En su sabiduría, la Iglesia pone en nuestros labios el himno de alabanza de María, para que cada día cantemos las alabanzas de Aquel "que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, que colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos". Como alguien observó una vez, si quieres celebrar a Cristo en la Navidad, entonces da de comer al hambriento, viste al desnudo, perdona al culpable, acoge al indeseado, cuida del enfermo, ama a tus enemigos y haz a los demás lo que quisieras que hicieran contigo. Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo: ven y salva al hombre, que formaste del barro de la tierra.

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Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor". (Lc 1:39-45)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/122123.cfm
En la devoción de la Iglesia a la Palabra de Dios, rezamos las palabras de Isabel a María: "Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús". Oh Amanecer Radiante, esplendor de luz eterna, sol de justicia: ven y brilla sobre los que habitan en las tinieblas y en la sombra de la muerte.

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María contestó: "Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho". Y el ángel se retiró de su presencia. (Lc 1:26-38)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/122023.cfm
Mi director espiritual, el P. Joe McCloskey, solía decir sobre la Encarnación que el universo entero contuvo la respiración para escuchar la respuesta de María al Ángel. Que nosotros también digamos SÍ a Dios para que Cristo nazca en nosotros. Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel; que abres y nadie puede cerrar; cierras y nadie puede abrir: ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte.

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Pero Zacarías replicó: "¿Cómo podré estar seguro de esto? Porque yo ya soy viejo y mi mujer también es de edad avanzada". El ángel le contestó: "Yo soy Gabriel, el que asiste delante de Dios. He sido enviado para hablar contigo y darte esta buena noticia. Ahora tú quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que todo esto suceda, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo". (Lc 1:5-25)
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El contraste entre los dos relatos de la anunciación en el Evangelio de Lucas es profundo. El sorprendente contraste entre el sacerdote Zacarías, que se niega a creer, y María, la joven de Nazaret, que confía "en que se cumplirán las palabras que el Señor le había dicho", cautiva el corazón. Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos; ante quien los reyes enmudecen, y cuyo auxilio imploran las naciones: ven a librarnos, no tardes más.