Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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Querido hermano: Recuerda siempre que Jesucristo, descendiente de David, resucitó de entre los muertos, conforme al Evangelio que yo predico. Por este Evangelio sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada. (2 Tim 2:8-9)
Niños inmigrantes separados de sus papás y encerrados en jaulas han tocado el Sagrado Corazón de Jesús. Pero todavía sigue pasando. ¿Cuando vamos a hacer la conexión entre la Palabra de Dios no encadenada y las jaulas en que cerramos los unos a los otros? Como Jesús dice, no hay dos mandamientos distintos, amar a Dios y amar al prójimo, porque el segundo es igual al primero. O como dice la Primera Carta de San Juan:
El que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. (1 Jn 4:20)
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Por eso te recomiendo que reavives el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos. Porque el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de moderación. No te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor, ni te avergüences de mí, que estoy preso por su causa. Al contrario, comparte conmigo los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios. (2 Tim 1:6-7)
Las Cartas Pastorales, 1&2 Timoteo y Tito, están escritas en el nombre de San Pablo. Contienen muchos pasajes hermosos sobre el ministerio y la predicación del evangelio en tiempos difíciles: “Comparte conmigo los sufrimientos por la predicación del Evangelio”. San Carlos y sus compañeros recibieron el martirio a finales del siglo 19. Hoy en día cuando el racismo parece triunfante, podemos recibir aliento de las palabras puestas en la boca de San Pablo:
Por este motivo soporto esta prisión, pero no me da vergüenza, porque sé en quién he puesto mi confianza, y estoy seguro de que él con su poder cuidará, hasta el último día, lo que me ha encomendado. (2 Tim 1:12)
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En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le enviaron a Jesús unos fariseos y unos partidarios de Herodes, para hacerle una pregunta capciosa. Se acercaron, pues, a él y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa lo que diga la gente, porque no tratas de adular a los hombres, sino que enseñas con toda verdad el camino de Dios. ¿Está permitido o no, pagarle el tributo al César? ¿Se lo damos o no se lo damos?” Jesús, notando su hipocresía, les dijo: “¿Por qué me ponen una trampa? Tráiganme una moneda para que yo la vea”. Se la trajeron y él les preguntó: “¿De quién es la imagen y el nombre que lleva escrito?” Le contestaron: “Del César”. Entonces les respondió Jesús: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Y los dejó admirados. (Mc 12:13-17)
Todos los dictadores del mundo tienen este pasaje grabado en su corazón: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Dos mundos, mundo civil, mundo religioso, el Estado y Dios. Pero, Jesús no dijo esto. La pregunta central es: ¿”Qué hay que no pertenece a Dios”? Esto es el punto de Jesús . . . todo pertenece a Dios. Jesús pone trampa a los tramposos. Además, el denario (la moneda) era blasfemia porque tenía la imagen del “César Divino”. Para ganar el denario hay que jugar con los Romanos. Los tramposos eran traidores.
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Después de la ascensión de Jesús, ellos regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, situado aproximadamente a un kilómetro de la ciudad. Cuando llegaron, subieron al lugar donde se alojaban. Estaban allí Pedro, Juan, Jacobo, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hijo de Jacobo. Todos, en un mismo espíritu, se dedicaban a la oración, junto con las mujeres y con los hermanos de Jesús y su madre María. (Hechos 1:12-14)
Todavía nos reunimos con Pedro y los otros, juntos con la Madre de Jesús, María.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén
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Después de decir esto, Jesús sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar". (Jn 20:22-23)
Se dice que el Pentecostés es el cumpleaños de la iglesia—en un sentido lo es, pero Pentecostés es mucho más. El Don del Espíritu Santo, el aliento del Señor Resucitado, es un FUEGO que transforma un pequeño grupo de discípulos aterrados en apóstoles (los que están enviados).
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.