Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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Llénenme de alegría teniendo todos una misma manera de pensar, un mismo amor, unas mismas aspiraciones y una sola alma.
Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús.
(Fil 2:2,5)
Tener la mente y el corazón de Cristo, tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús . . . San Pablo nos invita a vestirnos de Cristo. Eso es lo que pasa en nuestro bautismo. Tal vez, la vieja oración tenía razón:
Oh Sagrado Corazón de Jesús, haz nuestro corazón como el tuyo.
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Acuérdate de tu Creador en tus años jóvenes,
antes de que vengan los días amargos
y se te echen encima los años en que dirás:
“No hallo gusto en nada”.
Antes de que se nuble la luz del sol,
la luna y las estrellas,
y retornen las nubes tras la lluvia.
Cuando tiemblen los guardias de la casa
y se dobleguen los valientes.
Cuando las que muelen sean pocas y dejen de trabajar
y las que miran por las ventanas se queden ciegas.
Cuando las puertas de la calle se cierren
y se apague el ruido del molino.
Cuando enmudezca el canto de las aves
y cesen todas las canciones.
Cuando den miedo las alturas
y los peligros del camino.
Cuando florezca el almendro
y se arrastre la langosta
y no dé gusto la alcaparra,
porque el hombre se va a su eterna morada
y circulan por la calle los dolientes.
Antes de que se rompa el cordón de plata,
antes de que se quiebre la lámpara de oro,
antes de que se haga añicos el cántaro junto a la fuente,
antes de que se caiga la polea dentro del pozo,
antes de que el polvo vuelva a la tierra, a lo que era,
y el espíritu vuelva a Dios, que es quien lo ha dado.
(Eclesiastés 12:1-7)
Este hermoso poema sobre la vejez es apta conclusión a este libro muy extraño.
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(Dios) ha hecho todo apropiado a su tiempo. También ha puesto la eternidad en sus corazones, sin embargo el hombre no descubre la obra que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin.
(Eclesiastés 3:11)
Este pasaje es el más popular del Libro de Eclesiastés (Qohélet) y tal vez de todas las Escrituras. El último versículo es el más importante: que Dios ha puesto "la eternidad en sus corazones". Nos recuerda de la oración de San Agustín:
"Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en ti"
(San Agustín, Las Confesiones)
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¡Vanidad de vanidades, dice Qohélet; vanidad de vanidades, todo es vanidad!
(Ecl 1:2)
El libro más raro de la Biblia es el Libro de Eclesiastés (Qohélet). El libro me recuerda de la escena de la película Moonstruck o Hechizo de Luna (1987). La mamá, Rose, dice a su esposo (Cosmo) que está engañándola saliendo con otra mujer:
Rose: No importa lo que hagas, ¡vas a morir!
Cosmo: Gracias, Rose.
Y el escritor de Eclesiastés tiene punto de vista muy raro en la Biblia cuando dice:
Vale más perro vivo
que león muerto.
(Eclesiastés 9:4).
Y el libro termina como empezó:
¡Vanidad de vanidades, dice Qohélet; todo es vanidad!
(Eclesiastés 12:8)
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En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce . . . y luego los envió a predicar el Reino de Dios y a curar a los enfermos.
(Lc 9:1-2)
La misión de los Doce: predicar el Reino de Dios y curar a los enfermos. La misión de nosotros es lo mismo: predicar y curar. Mi mamá querida era enfermera. Ella trabajó 20 años en obstetricia y 10 años en cáncer juvenil. Recuerdo bien cuando ella empezó a trabajar en el Hospital Beato Martín de Porres (se cambió el nombre al Hospital San Martín de Porres, cuando el beato fue canonizado en 1962). Ese hospital era de maternidad y pertenecía a las Hermanas de Misericordia. El hospital fue para los doctores negros de Mobile que no tenían privilegios en el hospital para los blancos. Mi mamá me dijo que el arzobispo de Mobile tenía un cuarto en ese hospital para negros y no en el hospital para blancos. Todavía estamos en la misma lucha: a predicar y a curar como dice el viejo canto “no importa la raza ni el color de la piel”.