Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí . . . .
(1 Cor 15:3)
Parece muy sencillo este versículo de San Pablo, pero ¡que grande el mensaje! De hecho, “Les transmití lo que yo mismo recibí” es una formula para enseñar la doctrina que San Pablo recibió y ya está entregando a la comunidad de Corintos. San Pablo usa la misma fórmula en la enseñanza sobre la Eucaristía: Yo recibí del Señor lo mismo que les transmití a ustedes (1 Con 11:23). ¡Qué importante el transmitir la enseñanza que hemos recibido!
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El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no es presumido ni se envanece; no es grosero ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor; no se alegra con la injusticia, sino que goza con la verdad. El amor disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites.
El amor dura por siempre.
(1 Cor 13:4-8)
San Cornelio, papa, y San Cipriano, obispo, fallecieron en las persecuciones de cristianos. Aunque estaban separados por tiempo y distancia, están celebrados juntos por su testimonio a Cristo y al “Amor que dura por siempre”.
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En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: “Mujer, ahí está tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí está tu madre”. Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.
(Jn 19:25-27)
En los Estados Unidos, la Fiesta de Nuestra Señora de los Dolores está pegada a la Fiesta de ayer, la Exaltación de la Santa Cruz. El discípulo que Jesús “tanto quería” no tiene nombre en esta escena bajo la Cruz. La iglesia decía que ese discípulo era Juan. Pero el escritor del evangelio no lo dice. Pero en el capítulo 11 del Cuarto Evangelio, se encuentra la identificación triple del discípulo que Jesús “tanto quería”:
Por eso las dos hermanas le mandaron decir a Jesús: "Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo". (Jn 11:3)
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. (Jn 11:5)
Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: "De veras ¡cuánto lo amaba!" (Jn 11:35-36)
¿Es Lázaro el Discípulo Amado? Pues, puede ser . . . tal vez es muy probable. Pero la enseñanza que el escritor del evangelio nos da en esta escena bajo la Cruz por no poner nombre al discípulo que Jesús “tanto quería” es este: todos nosotros podemos ser el Discípulo Amado a quien Jesús entrega a su madre. Y como todos los Discípulos Amados de Jesús, la llevamos a nuestra casa.
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La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús,
quien, siendo Dios,
no consideró que debía aferrarse
a las prerrogativas de su condición divina,
sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo
tomando la condición de siervo,
y se hizo semejante a los hombres.
Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo
y por obediencia aceptó incluso la muerte,
y una muerte de cruz.
(Flp 2:5-8)
Tener la misma actitud de Cristo . . . es decir, tener el mismo corazón de Cristo es la meta de ser discípulo. Queremos aceptar la cruz no como deber . . . sino aceptarla por el amor, igual al Sagrado Corazón de Jesús. Queremos imitar a Jesús que se anonadó a si mismo, para que Cristo viva en nosotros.
La foto de hoy es de la Cruz de San Damiano que ya está en la Basílica de Santa Clara en Asís.
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Piensa en tu fin y deja de odiar,
y no guardes rencor a tu prójimo.
y pasa por alto las ofensas.
(Sir 28:6-7)
En la Regla de San Benito, se encuentra este consejo para el monje: tener cada día presente ante los ojos a la muerte. Este consejo no es algo deprimido . . . más bien este consejo sale en la capítula “LOS INSTRUMENTOS DE LAS BUENAS OBRAS”. San Benito y el autor del Libro de Ecclesiástico (Siracide) sabían que en la luz de la eternidad las pequeñas peleas de la vida diaria no significan nada. Si tuviéramos “cada día presente ante los ojos a la muerte”, tal vez podríamos dejar de odiar y no guardar rencor al prójimo y pasar por alto las ofensas. El perdonar no es opcional. Como nos dice Jesús:
Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano (Mt 18:35).