Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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De igual manera, Cristo no se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote; se la otorgó quien le había dicho: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. O como dice otro pasaje de la Escritura: Tú eres sacerdote eterno, como Melquisedec.
(Heb 5:1-10)
Cuando reflexionamos sobre la iglesia en los últimos 20 años, el problema del clericalismo ha pasado a primer plano. Entre los seminaristas se puede decir cuáles se van a convertir en un problema. Solo mire el tamaño de su alzacuellos, el tamaño "pontífice # 3" (1.5 pulgadas) es un claro indicio, así como las estampillas de ordenación con "Tú eres un sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec" impreso en ellos. Siempre es bueno recordar que esas palabras están dirigidas solo a Jesús en el Nuevo Testamento, nuestro gran sumo sacerdote. Por el bautismo TODOS nos hemos convertido en el pueblo sacerdotal de Dios. Aquellos en la iglesia que hoy llamamos “sacerdotes”. . . no son sacerdotes, en realidad son presbíteros (ancianos). En español, cuando usamos el término "sacerdote" para ellos, es solo en un sentido secundario. Las primeras comunidades cristianas conocían la palabra “sacerdote” pero nunca la usaron para sus ministros. Las palabras obispo, presbítero, diácono no son del ámbito religioso, sino de la vida cotidiana. Obispo significa supervisor (administrador), como en una granja o en un negocio. Presbítero significa anciano. Diácono significa mesero de mesa (o servidor). Las palabras describen funciones, no alguna diferencia ontológica. El ministerio de Jesús no se trata de ser "apartado", sino de solidaridad, de hacerse uno con nosotros, por lo que “él puede comprender a los ignorantes y extraviados”.
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Aún no conocía Samuel al Señor, pues la palabra del Señor no le había sido revelada. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel; éste se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?”
Entonces comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al joven y dijo a Samuel: “Ve a acostarte, y si te llama alguien, responde: ‘Habla, Señor; tu siervo te escucha’ ”. Y Samuel se fue a acostar.
De nuevo el Señor se presentó y lo llamó como antes: “Samuel, Samuel”. Éste respondió: “Habla, Señor; tu siervo te escucha”.
(1 Sm 3:3b-10,19)
Cuando creces en la iglesia bautista, la escuela dominical (la catequesis) es una parte esencial de la vida. Recuerdo a mi primera maestra de escuela dominical, la Sra. Strong. Esta anciana nos reunió a los niños a su alrededor y nos contó las historias bíblicas más maravillosas. Su historia del niño Samuel durmiendo en el templo y escuchando la voz del Señor permanece conmigo siempre.
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Mientras Jesús estaba a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron a la mesa junto con Jesús y sus discípulos, porque eran muchos los que lo seguían. Entonces unos escribas de la secta de los fariseos, viéndolo comer con los pecadores y publicanos, preguntaron a sus discípulos: “¿Por qué su maestro come y bebe en compañía de publicanos y pecadores?”
Habiendo oído esto, Jesús les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores”.
(Mc 2:12-17)
El recuerdo más antiguo de la Eucaristía es el comer y beber con los pecadores. Como solía decir mi antiguo profesor de homilética acerca de este pasaje: "Si no eres un "enfermo", no tienes a Jesús”.
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Cuando Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras él enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla.
Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”.
(Mc 2:1-12)
Cuando era niño, amaba este pasaje. Recuerdo nuestra lección de la catequesis con la imagen de los cuatro hombres en el techo rasgado bajando a su amigo en la camilla y Jesús mirando hacia arriba y viendo su fe.
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En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
(Mc 1:40-45)
El difunto congresista John Lewis siempre hablaba de "buenos problemas”, con lo que quería decir que el cambio a veces requiere un pequeño problema. El Papa Francisco tiene una frase similar cuando dice, "Hagan lío", que es una buena forma argentina de decir, "¡Sacude las cosas!" Jesús siempre estaba causando "buenos problemas". Jesús siempre estaba "sacudiendo las cosas", especialmente cuando se trataba de los leprosos y todos aquellos que la buena gente de la iglesia evitaría como una plaga. De hecho, cuando Jesús tiene encuentros con los leprosos, generalmente está solo. Supongo que ya fue bastante malo para los discípulos cuando Jesús se sentó con las prostitutas y los publicanos, pero cuando aparecieron los leprosos, los discípulos desaparecieron.