Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.

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Después de escuchar las palabras del ángel,
las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría,
corrieron a dar la noticia a los discípulos.
Pero de repente Jesús les salió al encuentro
y las saludó.
Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies
y lo adoraron.
Entonces les dijo Jesús: “No tengan miedo.
Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan
a Galilea.
Allá me verán”.
(Mt 28:8-10)
El Octavo de la Pascua nos invita a celebrar cada día de esta semana como la Pascua misma. Vemos al Señor Resucitado por medio de las historias de las apariencias del Resucitado a los primeros discípulos como si fuéramos pasando por las horas del primer Domingo de Pascua. Y a estas historias añadamos nuestra propias, porque hemos visto al Señor Resucitado quien nos prometió: “Estaré con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28:20).

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El primer día después del sábado,
estando todavía oscuro,
fue María Magdalena al sepulcro
y vio removida la piedra que lo cerraba.
(Jn 20:1)
María Magdalena es la primera testigo a la Resurrección. Por eso, la iglesia primitiva siempre la llamaba, la “Apóstola a los Apostoles”. Es ella que trae las Buenas Noticias a Pedro y al Discípulo Amado, y también a nosotros. En este tiempo de miedo, de pánico y de mucho luto, María Magdalena todavía nos trae Buenas Noticias del Amor más fuerte que la muerte. Como dice la antigua secuencia de la Pascua:
“¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?’’
Y María Magdalene contesta:
“A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Vengan a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí verán los suyos
la gloria de la Pascua’’.
¡Cristo resucitó!
¡De veras resucitó el Señor!
¡¡¡Aleluya, aleluya!!!

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Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!
—Pregón Pascual
Transcurrido el sábado, María Magdalena, María (la madre de Santiago) y Salomé, compraron perfumes para ir a embalsamar a Jesús. Muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, se dirigieron al sepulcro. Por el camino se decían unas a otras: “¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?” Al llegar, vieron que la piedra ya estaba quitada, a pesar de ser muy grande.
Entraron en el sepulcro y vieron a un joven, vestido con una túnica blanca, sentado en el lado derecho, y se llenaron de miedo. Pero él les dijo: “No se espanten. Buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. No está aquí; ha resucitado. Miren el sitio donde lo habían puesto. Ahora vayan a decirles a sus discípulos y a Pedro: ‘Él irá delante de ustedes a Galilea. Allá lo verán, como él les dijo’ ”. Las mujeres salieron huyendo del sepulcro, y no dijeron nada a nadie por el miedo que tenían.
(Mc 16:1-8)
El escritor del evangelio Marcos nos da una tarea muy importante . . . pues, las mujeres huyeron y no dijeron nada a nadie. Supongo que nos corresponde a nosotros contar las Buenas Nuevas:
¡Cristo ha resucitado!
¡De veras resucitó el Señor!
¡¡Aleluya, Aleluya!!

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¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo.
—Antigua Homilía de Sábado Santo
Oración Colecta
Dios todopoderoso,
cuyo Unigénito descendió al lugar de los muertos y salió victorioso del sepulcro,
te pedimos que concedas a todos tus fieles, sepultados con Cristo por el bautismo,
resucitar también con él a la vida eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina por los siglos de los siglos.

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Junto a la cruz de Jesús estaban su madre,
la hermana de su madre, María la de Cleofás,
y María Magdalena.
Al ver a su madre y junto a ella
al discípulo que tanto quería,
Jesús dijo a su madre:
“Mujer, ahí está tu hijo”.
Luego dijo al discípulo:
“Ahí está tu madre”.
Y desde aquella hora
el discípulo se la llevó a vivir con él.
(Jn 19:25-27)
He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mí. (San Pablo, Gálatas 2:19-20)
O Amor tan profundo
O Amor tan ancho
O Amor tan alto
O Amor tan grande . . . .
(San Bernardo de Claraval)