Al llegar al monte de Dios, el Horeb, el profeta Elías entró en una cueva y permaneció allí. El Señor le dijo: “Sal de la cueva y quédate en el monte para ver al Señor, porque el Señor va a pasar”. Así lo hizo Elías, y al acercarse el Señor, vino primero un viento huracanado, que partía las montañas y resquebrajaba las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Se produjo después un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Luego vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se escuchó el murmullo de una brisa suave. Al oírlo, Elías se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la cueva. (1 Reyes 19:9,11-13)
Este pasaje sobre “el murmullo de una brisa suave” o “un suave murmullo” (como dicen algunas traducciones) es un pasaje clásico de la vida espiritual. Pero hay que recordar que el “suave murmullo” no es un llamado a descansar y aprovechar de la vista desde la montaña, no el contrario. El “suave murmullo” le pregunta a Elías: “¿Qué haces aquí? Por favor, a trabajar—ungir a reyes y a un profeta. ¡Vámanos!”