Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.

Al llegar al monte de Dios, el Horeb, el profeta Elías entró en una cueva y permaneció allí. El Señor le dijo: “Sal de la cueva y quédate en el monte para ver al Señor, porque el Señor va a pasar”. Así lo hizo Elías, y al acercarse el Señor, vino primero un viento huracanado, que partía las montañas y resquebrajaba las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Se produjo después un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Luego vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se escuchó el murmullo de una brisa suave. Al oírlo, Elías se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la cueva. (1 Reyes 19:9,11-13)

Este pasaje sobre “el murmullo de una brisa suave” o “un suave murmullo” (como dicen algunas traducciones) es un pasaje clásico de la vida espiritual. Pero hay que recordar que el “suave murmullo” no es un llamado a descansar y aprovechar de la vista desde la montaña, no el contrario. El “suave murmullo” le pregunta a Elías: “¿Qué haces aquí? Por favor, a trabajar—ungir a reyes y a un profeta. ¡Vámanos!”