Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.

No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre. (Jn 6:27)

Tener hambre por el alimento que no acaba . . . tener hambre por el alimento que dura para la vida eterna. Ese hambre nos pone en camino, un camino que dura para siempre . . . y solo termina en Dios. Es como las comidas de domingo en casa . . . el pollo frito de mi abuela, con puré de papa y la salsa de pollo de mi abuela, dos tipos de maíz—cremoso y en grano, chícharos, espárragos, y los bolillos de mi tía Isabel. Y el postre—el pastel de manzana a la alemana de mi mamá. Fue comida que nos satisfacía por supuesto . . . pero fue comida para llenar nuestras almas. Como decía mi madrecita mexicana:

Comida hecha con amor, tiene más sabor.

La comida que nos da el Señor esta hecha con mucho amor y satisface cuerpo y alma.