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Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.

Los miserables y los pobres buscan agua, pero es en vano; 
tienen la lengua reseca por la sed.
 Pero yo, el Señor, les daré una respuesta;
 yo, el Dios de Israel, no los abandonaré.
 Haré que broten ríos en las cumbres áridas
 y fuentes en medio de los valles; 
transformaré el desierto en estanque 
y el yermo, en manantiales.
Pondré en el desierto cedros, 
acacias, mirtos y olivos;
 plantaré juncos en la estepa,
 cipreses, oyameles y olmos;
 para que todos vean y conozcan, 
adviertan y entiendan de una vez por todas, 
que es la mano del Señor la que hace esto, 
que es el Señor de Israel quien lo crea”.
(Is 41:17-21)

R. Aleluya, aleluya.
¡Destilen, cielos, desde lo alto, y que las nubes derramen al Justo! ¡Que se abra la tierra y produzca al Salvador!  (Is 45:8)
R. Aleluya.

Investigando la genealogía de mi familia, descubrí que mis bisabuelos de parte de mi mamá se mudaron a California. Un día encontré una carta de mis bisabuelo diciendo que California era el “jardín de la tierra”. Pues en comparación con Iowa (originalmente Dinamarca) o con Kansas (originalmente Alemania), supongo que California se les parecía un paraíso, una noria. Pienso en esa carta de mi bisabuelo cuando leo el pasaje del profeta Isaías hablando de la abundancia de agua, y el desierto transformando en estanque. ¡Que las nubes derramen al Justo! ¡Que se abra la tierra y produzca al Salvador! La foto de hoy es El Jardín de las Delicias por Jheronimus Bosch (1450-1516).