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Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.

Por aquellos días, Jesús se retiró al monte a orar y se pasó la noche en oración con Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, eligió a doce de entre ellos y les dio el nombre de apóstoles. Eran Simón, a quien llamó Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y Juan; Felipe y Bartolomé; Mateo y Tomás; Santiago, el hijo de Alfeo, y Simón, llamado el Fanático; Judas, el hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor. (Lc 6:12-19)

Mucha gente siempre ha sentido pena por san Judas por tener el mismo nombre que el traidor, Judas. Quizás por eso se convirtió en el santo patrón de causas desesperadas. Y llamaron a san Simón, el “Fanático.” Es genial saber que a pesar de nuestros nombres, nuestra raza, nuestro país de origen, del idioma que hablamos o de nuestra familia de sangre, todos estamos llamados a ser una “morada de Dios” y somos enviados a proclamar el mensaje del Señor “en toda la tierra".