“Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.
“Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron.” (Lc 16:19-22)
No puedo olvidar de la clase del seminario cuando nuestro profesor del Nuevo Testamento nos dijo: "En el mundo antiguo, solo los ricos tenían tumbas”. Y nosotros le preguntamos, ¿Pues, qué pasó con Lázaro? Y el profesor nos dijo: “Los perros lo comían, porque ya tenían una prueba por lamerle las llagas”. ¡Gracias al evangelista por dejar escribir unos detalles!