Cuando Cristo se presentó como sumo sacerdote que nos obtiene los bienes definitivos, penetró una sola vez y para siempre en el “lugar santísimo”, a través de una tienda, que no estaba hecha por mano de hombres, ni pertenecía a esta creación. No llevó consigo sangre de animales, sino su propia sangre, con la cual nos obtuvo una redención eterna.
(Heb 9:11-15)
La Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo proclama el maravilloso amor de Dios revelado bajo las formas del pan y el vino. Como nos dice San Pablo, "Cuando comemos este pan y bebemos esta copa, proclamamos la muerte del Señor hasta que Él vuelva”.