En el centro, alrededor del trono, había cuatro seres vivientes, llenos de ojos por delante y por detrás. El primer ser viviente se parecía a un león; el segundo, a un toro; el tercero tenía cara de hombre, y el cuarto parecía un águila en vuelo. Y no se cansaban de repetir día y noche: “Santo, santo, santo es el Señor, Dios todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir”.
Los veinticuatro ancianos se postraban delante del que está sentado en el trono, adoraban al que vive por los siglos de los siglos, y depositaban sus coronas ante el trono, diciendo:
“Señor y Dios nuestro,
tú mereces recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado todas las cosas:
tú has querido que ellas existieran y fueron creadas”.
(Apoc 4:1-11)
La visión de los cuatro seres vivientes es muy conocida. Los símbolos de los cuatro evangelios salen de este pasaje: Mateo, el hombre; Marcos, el león; Lucas, el toro; Juan, el águila. El ambiente litúrgico nos ayuda a entender la frecuencia de himnos en este libro. La Liturgia de San Juan Crisóstomo nos recuerda: “Nosotros que representamos místicamente a los querubines y cantamos el himno tres veces santo a la vivificante Trinidad, desprendámonos en este momento de todas las preocupaciones de este mundo. Para recibir al Rey de todas las cosas, invisiblemente escoltado por los ejércitos angélicos, Aleluya, Aleluya, Aleluya”. La foto de hoy es la Basílica de San Pablo Extra Muros en Roma.