Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.

Continuamente agradezco a mi Dios los dones divinos que les ha concedido a ustedes por medio de Cristo Jesús, ya que por él los ha enriquecido con abundancia en todo lo que se refiere a la palabra y al conocimiento; porque el testimonio que damos de Cristo ha sido confirmado en ustedes a tal grado, que no carecen de ningún don ustedes, los que esperan la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. (1 Cor 1:4-7)

Hoy es la fiesta de Santa Mónica que forma una sola celebración con la fiesta de mañana, la fiesta de San Agustín, su hijo. La historia de ellos es muy conmovedora. Al final de la vida de Santa Mónica, ella y su hijo estaban en Ostia, el puerto de Roma, esperando el barco para llevarlos a África. Pero el barco se tardó y Agustín estaba muy preocupado. Mónica le dijo: “Tranquilo, mi hijo, no se preocupes de mi cuerpo. Enterrarme donde muero, pero, acuérdate de mí siempre en el Altar del Señor”. Por eso, esto es nuestro privilegio—podemos recordar a todos nuestros seres querido difuntos en el Altar del Señor.