Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo: “Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga.” (Mt 13:1-9)
La parábola de la cosecha milagrosa nos recuerda de que la cosecha es del Señor. Por ejemplo, si queremos un jardín, preparamos la tierra, quitamos las rocas, echamos abono, y tal vez colocamos un espantapájaros. Pero el sembrador de la parábola no hace nada de eso. ¡Qué tonto! Si la parábola trata del Reino de Dios, entonces debemos sembrar la palabra por todos lados y dejar la cosecha en las manos del Señor.
La pintura es El Sembrador por Vincent Van Gogh.