El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’. Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no. (Lc 18:9-14)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/032925.cfm
La parábola del fariseo y el publicano habla de la hipocresía de nosotros los creyentes. Tal vez, por eso los antiguos padres y madres de la iglesia siempre recomendaban la «Oración de Jesús»: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí».
Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
Sábado III, Cuaresma
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