En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le enviaron a Jesús unos fariseos y unos partidarios de Herodes, para hacerle una pregunta capciosa. Se acercaron, pues, a él y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa lo que diga la gente, porque no tratas de adular a los hombres, sino que enseñas con toda verdad el camino de Dios. ¿Está permitido o no, pagarle el tributo al César? ¿Se lo damos o no se lo damos?” Jesús, notando su hipocresía, les dijo: “¿Por qué me ponen una trampa? Tráiganme una moneda para que yo la vea”. Se la trajeron y él les preguntó: “¿De quién es la imagen y el nombre que lleva escrito?” Le contestaron: “Del César”. Entonces les respondió Jesús: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Y los dejó admirados. (Mc 12:13-17)
Todos los dictadores del mundo tienen este pasaje grabado en su corazón: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Dos mundos, mundo civil, mundo religioso, el Estado y Dios. Pero, Jesús no dijo esto. La pregunta central es: ¿”Qué hay que no pertenece a Dios”? Esto es el punto de Jesús . . . todo pertenece a Dios. Jesús pone trampa a los tramposos. Además, el denario (la moneda) era blasfemia porque tenía la imagen del “César Divino”. Para ganar el denario hay que jugar con los Romanos. Los tramposos eran traidores.