El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor, sentado sobre un trono muy alto y magnífico. La orla de su manto llenaba el templo. Había dos serafines junto a él, con seis alas cada uno: con un par se cubrían el rostro; con otro, se cubrían los pies, y con el otro, volaban. Y se gritaban el uno al otro: "Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos; su gloria llena toda la tierra". Temblaban las puertas al clamor de su voz y el templo se llenaba de humo. (Is 6:1-8)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/071324.cfm
El llamado del profeta Isaías comienza con esta visión del Señor y los serafines. El canto de los serafines tiene su eco en el Sanctus (Santo, Santo, Santo) de la Eucaristía. En cierto sentido, la liturgia de la tierra se une a la liturgia del cielo en un coro de alabanza sin fin.