Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.

El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor, sentado sobre un trono muy alto y magnífico. La orla de su manto llenaba el templo. Había dos serafines junto a él, con seis alas cada uno: con un par se cubrían el rostro; con otro, se cubrían los pies, y con el otro, volaban. Y se gritaban el uno al otro: "Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos; su gloria llena toda la tierra". Temblaban las puertas al clamor de su voz y el templo se llenaba de humo. (Is 6:1-8)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/071324.cfm
El llamado del profeta Isaías comienza con esta visión del Señor y los serafines. El canto de los serafines tiene su eco en el Sanctus (Santo, Santo, Santo) de la Eucaristía. En cierto sentido, la liturgia de la tierra se une a la liturgia del cielo en un coro de alabanza sin fin.