Cuando le dijeron que Jesús estaba en la ciudad, el centurión le envió a algunos de los ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su criado. Ellos, al acercarse a Jesús, le rogaban encarecidamente, diciendo: "Merece que le concedas ese favor, pues quiere a nuestro pueblo y hasta nos ha construido una sinagoga". Jesús se puso en marcha con ellos. Cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión envió unos amigos a decirle: "Señor, no te molestes, porque yo no soy digno de que tú entres en mi casa”. (Lc 7:1-10)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/091823.cfm
La curación del siervo del centurión es una historia fascinante. La traducción al inglés es incorrecta: el sirviente no era “valioso para él”; el sirviente le era muy querido (como dice claramente la traducción al español: “un criado muy querido”. Los centuriones romanos no tenían la costumbre de construir sinagogas judías. Por eso, cuando los ancianos afirman que el centurión es “digno” de tener este favor, Jesús siente curiosidad. De repente el centurión le envía el mensaje: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo”. A lo que Jesús responde: "Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande". Aunque el centurión nunca se encuentra con Jesús, el siervo es sanado. Y la iglesia en su sabiduría pone las palabras del centurión en nuestros labios antes de recibir la Comunión.
Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
Lunes, Semana XXIV, Tiempo Ordinario
- :