En aquellos días, el Señor descendió de la nube y habló con Moisés. Tomó del espíritu que reposaba sobre Moisés y se lo dio a los setenta ancianos. Cuando el espíritu se posó sobre ellos, se pusieron a profetizar. Moisés dijo: “Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor” (Num 11:25-29).
El Espíritu de Dios se da generosamente. El Espíritu llena la tierra y nosotros también. La mayoría de nosotros no nos consideramos profetas, por eso San Pablo tiene un buen consejo para nosotros: “No apaguen el Espíritu” (1 Ts. 5:19). Quizás debamos prestar atención a esa antigua oración al Espíritu Santo:
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en nosotros el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y seremos creados.
Y se renovará la faz de la tierra.