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Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.

En aquel tiempo, subió contra Jerusalén el ejército de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y sitió la ciudad. Nabucodonosor llegó a la ciudad mientras sus hombres la sitiaban. Entonces Joaquín, rey de Judá, junto con su madre, sus servidores, sus jefes y sus funcionarios, se rindieron al rey de Babilonia y éste los hizo prisioneros. Era el octavo año del reinado de Nabucodonosor. Nabucodonosor se llevó de Jerusalén todos los tesoros del templo del Señor y los del palacio real. Destrozó todos los objetos de oro que Salomón, rey de Israel, había hecho para el templo, conforme a las órdenes del Señor. Nabucodonosor se llevó al cautiverio a toda Jerusalén, a todos los jefes y hombres de importancia, con todos los carpinteros y herreros, en número de diez mil, y sólo dejó a la gente pobre de la región. (2 Reyes 24:10-14)

Me acuerdo de la primera peregrinación a Roma. Fui al Foro Romano y estaba mirando el Arco de Tito. El Arco fue construido después del saqueo de Jerusalén de parte del ejercito romano. El Arco tiene escultura del desfile de triunfo con soldados llevando los tesoros del Templo de Jerusalén para ser depositados en el Templo de Jupiter en Roma. Había un judío mirando al Arco. Y me dijo, “Este lugar es sagrado para mi pueblo”. Y le contesté, “También es sagrado para mi pueblo”.