Dicho esto, se arrodilló para orar con todos ellos. Todos se pusieron a llorar y abrazaban y besaban a Pablo, afligidos, sobre todo, porque les había dicho que no lo volverían a ver. Y todos lo acompañaron hasta el barco. (Hechos 20:28-38)
Fue una despedida entre lágrimas cuando San Pablo se despidió de los presbíteros de la Iglesia de Éfeso. Pero nuestras "despedidas" nunca son definitivas. . . en el Señor nos volveremos a ver.