V DOMINGO ORDINARIO, 2020 (Is 58:7-10; 1 Cor 2:1-5; Mt 5:13-16)
Algunos de nosotros recordamos la televisión de los 50 y la antigua serie El Llanero Solitario. El mito del individualismo del oeste del pasado, por ejemplo el vaquero solito con su caballo luchando en el despoblado es precisamente un mito. Porque en la antigua serie, el llanero solitario no era solitario. Tenía a su fiel compañero, Toro. En el oeste del pasado un individuo aislado moriría. Es igual hoy. Una persona solitaria y aislada en este mundo no puede sobrevivir. Nosotros los humanos estamos interrelacionados.
Por eso, nosotros los católicos, no somos solitarios. Vamos juntos en la jornada de fe con todos nuestros hermanas y hermanos. Somos una sola comunidad compuesta de muchas comunidades. En la profesión de fe, decimos: Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica.
Sí, la iglesia es una: un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. El pan que compartimos es uno, en una sola comunión de amor. La iglesia es santa: compuesta de muchos pecadores, perdonados por el Espíritu Santo en el Señor Resucitado. La iglesia es católica . . . universal. Somos de muchos colores y muchos sabores. Somos multicultural. Hay más que un mil millones de nosotros católicos en el mundo. Y sin embargo, en la iglesia nadie es extranjero. Todos somos bienvenidos. Todos tenemos vocación. La iglesia es apostólica . . . fundada en la fe de los apóstoles, Pedro y Pablo. Nuestro mensaje es el testimonio apostólico que Cristo Jesús es el Señor. La maravillosa enseñanza sobre la comunidad cristiana es que no estamos solitos en el Señor. Pertenecemos a Cristo, pertenecemos los unos a los otros. Como San Pablo nos dice: Ustedes son el Cuerpo de Cristo.
La Comunión de los Santos significa que somos miembros de la misma familia. Celebramos nuestra comunión con Cristo . . . y también la comunión que tenemos los unos con los otros y con todos nuestros antepasados en la fe. Estamos unidos . . . y los lazos de amor son de nuestro bautismo en Cristo. Somos sellados con el Espíritu Santo. Para nosotros no queremos llegar solitos al Reino de los Cielos, queremos llegar todos juntos, con todos nuestros hermanas y hermanos. Aquí-vienen-todos es nuestro nombre. Es un poquito grande, nuestra familia . . . pero a pesar de todos los problemas . . . esta es nuestra familia. Aquí estamos en casa. Hay lugar para cada uno de nosotros alrededor de la mesa. La verdad de la iglesia . . . es que todos juntos estamos unidos.
Pues, todos juntos tenemos misión. Estamos llamados no solo para ser, pero para actuar. Tenemos una misión apostólica . . . igual a San Pedro y San Pablo. El viejo profeta Isaías nos dice: Comparte tu pan con el hambriento, abre tu casa al pobre sin techo, viste al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano.
Todo eso es muy familiar. Comparte tu pan con el hambriento . . . viste al desnudo. Escuchamos las palabras y por fin recordamos. Las Obras Corporales de la Misericordia.
Visitar y cuidar a los enfermos. Dar de comer al hambriento. Dar de beber al sediento. Dar posada al peregrino. Vestir al desnudo. Liberar al cautivo.
Como la canción de Arjona nos dice: Jesús, hermanos míos, es Verbo no Sustantivo. Estamos llamados a actuar. Como Jesús mismo nos dice: Ustedes son la sal de la tierra. Ustedes son la luz del mundo.
Y Jesús nos llama todos juntos. La Iglesia es más que una sola parroquia. La parroquia es una parte de la arquidiócesis. También la arquidiócesis es una parte de la Iglesia universal. Nuestro arzobispo, Ricardo está en comunión con el Obispo de Roma, el sucesor de San Pedro, el papa Francisco. Y por medio del papa Francisco, nuestro arzobispo está en comunión con los demás obispos. No somos cristianos aislados. Somos católicos. Somos miembros de la misma familia, en una sola comunión de amor. No somos solitarios ni individuos aislados. Y tenemos una misión apostólica para ser sal de la tierra y luz del mundo. Todo esto significa que los hambrientos y los desamparados no son una molestia. Tampoco los sin techo, los enfermos y los encarcelados, y los refugiados y los inmigrantes . . . no son una estadística par olvidar. Todos aquellos son la razón que estamos llamados por el Señor. Todos los necesitados son el propósito de la iglesia. Cuidar de ellos es nuestra misión: Hacer el bien . . . vivir nuestra fe . . . ser las manos y el corazón de Cristo. Esto es nuestra misión, nuestra misión apostólica. Sal de la tierra, luz del mundo. Esto lo somos.
Separados, aislados, solitos . . . los humanos no pueden sobrevivir. Tampoco los cristianos. No somos llaneros solitarios. Somos católicos. Somos la iglesia . . . con muchos hermanas y hermanos. Y la verdad de nuestra fe es muy sencilla: no somos solitos. Cristo está con nosotros. Y en Cristo, estamos todos juntos.