En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. (Cuando José y María entraban en el templo para la presentación del niño,) se acercó Ana, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel. (Lc 2:36-40)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/123024.cfm
Aquellos de nosotros que somos “de edad avanzada”, tenemos un papel especial que desempeñar en la historia de la salvación. Simplemente, con nuestra sabiduría, señalamos dónde está obrando Dios en el mundo y en las vidas de nuestros seres queridos más jóven, y servimos a Dios en oración.