En aquel tiempo, Jesús dijo a Pedro: “Sígueme”. Pedro, volviendo la cara, vio que iba detrás de ellos el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había reclinado sobre su pecho y le había preguntado: ‘Señor, ¿quién es el que te va a traicionar?’ Al verlo, Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ¿qué va a pasar con éste?” Jesús le respondió: “Si yo quiero que éste permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú, sígueme”. Por eso comenzó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no habría de morir. Pero Jesús no dijo que no moriría, sino: ‘Si yo quiero que permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?’ Éste es el discípulo que atestigua estas cosas y las ha puesto por escrito, y estamos ciertos de que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús y creo que, si se relataran una por una, no cabrían en todo el mundo los libros que se escribieran. (Jn 21:20-25)
Por fin, con esta segunda conclusión, se termina el Cuarto Evangelio (según San Juan). Y tenemos la pregunta de Pedro acerca del Discípulo Amado. La respuesta del Señor es abrupto: “¿a tí qué?” Pero lo interesante es los rumores que el Discípulo Amado no se iba a morir. Mi profesor pensaba que Lázaro era el Discípulo Amado . . . y desde que Lázaro fue resucitado por el Señor, los rumores ya tienen sentido. Pues, el escritor dice que el Discípulo Amado escribió estas cosas, pero ya ha sido muerto. Conjeturas sobre el destino del Discípulo Amado no sirven para nada . . . “¿a tí qué?” Lo que recibimos es el mismo mandato que Pedro recibió: “Tú, sígueme”. Y el seguimiento de Jesús es nuestro llamado que somos la iglesia.
Hoy es la fiesta de Santa Juana de Arco que fue quemada en la hoguera el 30 de mayo de 1431. Tenía 19 años. Su última palabra: ¡“Jesús”!